IV. El Mito del Bien Común: La Mentira más Peligrosa del Siglo XXI

El “bien común” se usa en Latinoamérica como escudo para justificar abusos del poder. Este ensayo desmonta cómo esa noción moral se convirtió en el disfraz más perfecto del autoritarismo democrático.

SIGLO DE LA CONCIENCIA

Adrián Horno I.

11/13/20253 min leer

1. El espejismo moral de las mayorías

Todo tirano moderno habla en nombre del bien común.
El siglo XXI latinoamericano lo demuestra con precisión quirúrgica: ya no hacen falta coronas ni fusiles, basta pronunciar la palabra “todos” para que el individuo desaparezca.
El bien común —esa fórmula cómoda y vaga— es el opio del ciudadano contemporáneo. Promete armonía, pero entrega obediencia; ofrece justicia, pero impone uniformidad.

El poder político descubrió su alquimia perfecta: controlar sin violencia, convenciendo al súbdito de que su sacrificio es moralmente correcto.

2. La falacia de lo colectivo virtuoso

El “bien común” es un concepto sin dueño, y por eso, útil para todos los dueños.
Los populismos latinoamericanos lo usan para justificar subsidios eternos; los tecnócratas, para sostener burocracias infinitas; los moralistas, para dictar cómo debe vivir cada ciudadano.
Pero lo que une a todos es su convicción de que el individuo es sospechoso mientras el colectivo sea sagrado.

“Lo común sin límites acaba siendo lo de nadie”,
escribió Ortega y Gasset, anticipando la tragedia: cuando el mérito se diluye en la masa, la responsabilidad se extingue.

3. Tres formas modernas del mito

a) El bien común como anestesia económica

En Argentina y Venezuela, la retórica del pueblo sirve para perpetuar sistemas que roban al individuo su iniciativa. Se expropia al productor “por el bien de todos”, aunque ese “todos” termine reducido a la clase política y sus fieles.
La moral colectiva justifica el saqueo: quien reclama eficiencia es tildado de insensible, y quien pide libertad es acusado de egoísmo.

b) El bien común como censura moral

En México y Chile, el discurso del respeto y la inclusión se transforma en una vigilancia de las conciencias.
El lenguaje políticamente correcto actúa como policía simbólica: hay temas que no deben discutirse porque “dividen”, aunque la división sea la esencia misma de la libertad.

c) El bien común como religión civil

En Colombia, Uruguay y buena parte del Cono Sur, el Estado se presenta como mediador moral, árbitro de la bondad pública.
La política se vuelve liturgia, y el ciudadano, creyente que financia el altar de su propia sumisión.

4. La raíz filosófica del engaño

El mito del bien común nace de una idea noble, pero maldita:
la creencia de que el ser humano es naturalmente bueno, y que solo el Estado puede organizar su bondad.
De Rousseau a los populistas modernos, esa inocencia ha costado millones de vidas y generaciones enteras de dependencia.
El libertarismo no niega la cooperación, sino la coerción moral que la suplanta. La verdadera comunidad no se impone: emerge del respeto mutuo y la voluntariedad.

La libertad no destruye lo común; lo purifica.
Sin ella, lo común se pudre en servidumbre compartida.

5. El dilema latinoamericano: moral sin libertad

América Latina vive una tragedia moral: cree que el bien solo puede provenir del poder.
De ahí que cada crisis política se enfrente con más Estado, más regulación y más virtud decretada.
Pero el bien impuesto deja de ser bien: se convierte en deber, y el deber en miedo.
Cuando los gobiernos nos piden sacrificio en nombre del “bien de todos”, lo que realmente demandan es silencio.

6. Conclusión: el coraje de ser egoísta

La rebelión del siglo XXI será moral o no será.
Y empieza cuando el individuo recupera el coraje de decir “no” al chantaje del bien común.
Ser “egoísta” —entendido como dueño de sí mismo— es el acto más subversivo en una sociedad que adora la obediencia.
Porque solo los individuos libres pueden crear un bien verdaderamente compartido: uno que no necesita permiso del poder para existir.

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