IX. Impuestos y Servidumbre: El Precio Oculto de la Obediencia Fiscal
La esclavitud moderna no se impone por cadenas, sino por declaraciones de renta. Este ensayo libertario revela cómo el sistema fiscal latinoamericano convierte la obediencia en virtud y la libertad en delito.
SIGLO DE LA CONCIENCIA
Adrian Horno I.
11/28/20253 min leer


I. El veredicto invisible
Señorías del siglo XXI:
el juicio está en curso y todos somos acusados.
No por evasión, sino por obediencia.
Porque el crimen más grave de nuestra era no es no pagar impuestos, sino pagar sin preguntar.
El Estado no necesita látigos ni cárceles para dominar: le basta con hacernos creer que el deber fiscal es una forma de virtud.
Así, cada año, millones de latinoamericanos celebran su propia esclavitud con recibos timbrados, planillas electrónicas y un sentimiento extraño de responsabilidad moral.
El poder no oprime: educa.
Y nosotros, como alumnos ejemplares, repetimos el dogma de la sumisión cívica.
II. El tributo como religión secular
En la antigüedad, los pueblos ofrecían diezmos a sus dioses para evitar su ira.
Hoy, los ciudadanos entregan hasta la mitad de su trabajo al Estado para evitar sanciones.
El altar cambió de nombre, pero el sacrificio sigue siendo el mismo.
La diferencia es que ahora la liturgia se llama “impuesto progresivo”, y el sacerdote viste traje de funcionario.
El sistema fiscal moderno no recauda: redime culpas.
Nos convence de que la pobreza es un pecado colectivo y la riqueza, una falta que debe purgarse con contribuciones.
El resultado es una sociedad donde trabajar más implica pagar más, y prosperar se percibe como una traición moral al rebaño.
III. La coartada de la solidaridad
“Pagas impuestos por el bien común”, nos dicen.
Pero el bien común —como toda abstracción política— se usa para justificar lo que jamás se atrevería a imponerse en nombre propio.
¿A quién ayudamos cuando el Estado reparte lo que confiscó?
¿A los pobres o a la maquinaria que los mantiene pobres?
¿A los enfermos o a los ministerios que viven de su enfermedad?
La solidaridad forzada no es virtud: es saqueo con relato ético.
Porque el acto moral exige elección, y donde no hay elección, no hay moralidad, sólo obediencia.
IV. El nuevo contrato de servidumbre
Los regímenes fiscales latinoamericanos son herederos de la monarquía, no de la república.
En lugar de tributos al rey, pagamos tributos al sistema.
El ciudadano no financia servicios, financia clientelas.
Los impuestos no sostienen la libertad, sino la clase política que vive de administrarla.
Se nos dice que el pago es “voluntario dentro del marco legal”, pero ese marco está diseñado para que no exista alternativa moral ni económica.
No hay contrato, sino imposición; no hay justicia, sino obediencia reglamentada.
Y en cada nómina, en cada factura, late la misma palabra no escrita: servidumbre.
V. La psicología del esclavo fiscal
La mayoría no protesta porque confunde su miedo con ética.
El ciudadano moderno es esclavo por pudor: teme más al juicio social que al abuso estatal.
Se consuela pensando que “así funcionan todos los países”, y esa resignación es la más eficiente de las cárceles.
El miedo a ser señalado como “evasor” reemplazó al miedo religioso de antaño: el infierno fiscal castiga con multas, y el perdón se compra con declaraciones juradas.
El sistema ha logrado lo que ningún tirano consiguió: hacer que el esclavo defienda su cadena.
VI. La moral de los libres
El libertarismo no propone la evasión, sino la emancipación.
No busca negar la responsabilidad social, sino redefinirla como acto consciente y voluntario, no como extorsión legal.
La verdadera contribución surge del intercambio libre, donde cada individuo decide cómo y a quién dirigir su esfuerzo.
La caridad impuesta es una negación de la virtud; la generosidad libre, su apoteosis.
Una sociedad libre no necesita que el Estado administre la bondad, porque la bondad es inseparable de la libertad.
La única justicia duradera es la que nace del consentimiento, no de la coacción.
VII. Latinoamerica: la gran cofradía tributaria
Los gobiernos de la región compiten no por reducir la carga fiscal, sino por inventar nuevas formas de recaudación disfrazadas de moral pública.
· En Chile, el “impuesto verde” se presenta como conciencia ecológica.
· En México, el IVA a alimentos y medicinas se justifica como “sacrificio equitativo”.
· En Argentina, el impuesto inflacionario roba sin factura y castiga al ahorrador.
· En Colombia, las reformas tributarias se suceden con el mismo argumento: “por responsabilidad social”.
La consecuencia es una paradoja cruel: el ciudadano paga más que nunca, pero el Estado nunca tiene suficiente.
No hay déficit fiscal, sino adicción al poder.
VIII. Conclusión: desobediencia moral
El impuesto obligatorio es la frontera entre el Estado legítimo y el totalitario.
Todo poder que confisca más de lo que garantiza deja de ser protector y se vuelve depredador.
Y todo ciudadano que paga sin conciencia moral participa —aunque no lo quiera— de su propia degradación.
La emancipación fiscal comienza en la mente: cuando comprendemos que no debemos agradecer que nos dejen conservar una parte de lo nuestro.
La libertad no es una deducción; es un derecho anterior a toda factura.
Mientras el mundo aplaude la obediencia fiscal como virtud, el individuo libre sabe que la única deuda moral ineludible es con su propia conciencia.


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