XIII. El Nuevo Colectivismo: Identidad, Victimismo y la Muerte del Individuo
El nuevo colectivismo ya no usa uniformes ni banderas: usa causas y etiquetas. Este manifiesto libertario denuncia cómo la cultura de la identidad y el victimismo disuelven la libertad en nombre de una falsa justicia social.
SIGLO DE LA CONCIENCIA
Adrián Horno I.
12/6/20253 min leer


I. El retorno de la tribu
Creímos haber escapado de la caverna, pero volvimos a ella.
El siglo XXI prometió individuos soberanos, y en cambio nos entregó multitudes ansiosas de pertenencia.
El colectivismo no murió con los regímenes totalitarios; solo cambió de disfraz.
Ya no proclama “la clase obrera unida”, sino “la identidad herida”.
La nueva tribu no lleva fusiles, sino hashtags.
No busca justicia, sino reconocimiento.
Y en nombre de esa búsqueda, vuelve a sacrificar al individuo en el altar del grupo.
II. Del ciudadano al miembro
El colectivismo contemporáneo no impone dogmas por decreto: los viraliza.
Sus templos son las redes; sus predicadores, los influencers; su catecismo, el victimismo.
El ciudadano ya no se define por su pensamiento, sino por su pertenencia.
Importa menos lo que cree que quién dice que lo cree.
Así, el pensamiento se convierte en accesorio de la identidad.
Y la identidad, en excusa para el privilegio moral.
La libertad de expresión deja de ser derecho y se vuelve permiso condicionado a la tribu.
III. El mercado del agravio
El poder descubrió que el dolor vende mejor que la esperanza.
La política actual ya no promete futuro: promete reparación.
Los partidos, las ONG y los gobiernos compiten por representar al grupo más ofendido, porque cada víctima nueva significa una subvención más, una ley más, un voto más.
En América Latina, este juego ha alcanzado perfección quirúrgica:
· En Argentina, el Estado se erige como redentor perpetuo del pueblo que mantiene en ruina.
· En México, la retórica indígena es instrumentalizada por quienes jamás han pisado una comunidad.
· En Chile, la diversidad se celebra mientras se persigue a quien discrepa de su liturgia.
· En Colombia, las víctimas del conflicto son invocadas en cada campaña como rehenes simbólicos de la culpa colectiva.
El resultado es siempre el mismo: el dolor privatizado, la libertad expropiada.
IV. La nueva moral del rebaño
Nietzsche lo advirtió: cuando la moral de los débiles se convierte en ley, la excelencia muere.
Hoy, la compasión mal entendida ha degenerado en culto al resentimiento.
Ya no se admira al que supera las adversidades, sino al que mejor las exhibe.
El mérito se sospecha; el esfuerzo, se penaliza; la superación, se considera ofensa.
El nuevo héroe no vence obstáculos: exige que el Estado los retire.
Y el político, siempre atento, convierte la debilidad en capital electoral.
Así, la libertad deja de ser conquista personal para convertirse en concesión administrativa.
V. El Estado terapéutico
El Estado contemporáneo ya no se presenta como autoridad, sino como terapeuta.
Su misión es sanar, educar, sensibilizar.
Pero toda terapia necesita pacientes, y todo paciente necesita dependencia.
De ahí que el discurso político se haya vuelto tan emocional:
mientras más sensible es el ciudadano, más gobernable resulta.
La política del victimismo fabrica ciudadanos heridos porque solo los heridos necesitan salvadores.
VI. La disolución del individuo
En el nuevo colectivismo, el individuo se desvanece en causas impersonales.
Su libertad interior —la más sagrada— se diluye entre etiquetas.
Ya no hay “yo”: hay “nosotros los agraviados”.
Pero la libertad no se defiende en plural.
Solo puede ser afirmada por alguien que se atreve a decir “yo pienso”, “yo dudo”, “yo elijo”.
El Estado y las masas temen a esa voz porque la conciencia individual no se puede administrar.
El colectivismo moral no busca justicia, sino control emocional de la sociedad.
Y el ciudadano convertido en víctima es su esclavo perfecto: obedece con lágrimas en los ojos.
VII. El precio del victimismo
El nuevo poder no castiga con violencia, sino con compasión.
Te protege para dominarte, te indemniza para callarte, te incluye para vigilarte.
El resultado es una sociedad de adultos que piden permiso para existir.
La victimización perpetua destruye la dignidad porque convierte el sufrimiento en argumento político.
Y donde el dolor manda, la verdad calla.
Ningún pueblo puede ser libre si encuentra más placer en su herida que en su curación.
VIII. Conclusión: la rebelión del individuo
La única revolución pendiente en Latinoamérica no es económica ni política: es moral e individual.
El futuro pertenece a quienes se atrevan a pensar sin siglas, sin colectivos y sin miedo.
El hombre libre no niega su comunidad, pero tampoco se disuelve en ella.
Sabe que toda identidad es prestada, y que la única propiedad inalienable es su conciencia.
“Soy individuo, no estadística.
Soy libre, no categoría.
Soy responsable, no víctima.”
Cuando esa afirmación vuelva a escucharse en voz alta,
el continente habrá comenzado su verdadera independencia.


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